4 de junio de 2020

Gran Canal de Venecia en agosto de 2015

Cogí el ordenador y la botella de agua y giré sobre mis pasos para caminar hacia la habitación del balcón e instalarme allí. Pero me quedé unos segundos, detenida, mirando la fotografía que tenía con mis chicas en Venecia, donde se veía, a nuestras espaldas, la punta de Fondamenta della Salute, al otro lado del Gran Canal. Qué belleza. Y qué increíble es la vida: era imposible imaginar en ese preciso momento que años después me volvería a hacer nuevas fotos en el mismo lugar pero viviendo otra vida y trabajando de algo muy distinto a lo que había hecho hasta ese momento. La imagen casi me dolió un poco. No veía el momento de volver a Venecia para vivir nuevas sensaciones y experiencias en ella.

Una vez leí no sé dónde que era terapéutico volver a visitar, gradualmente, los sitios en los que se había estado previamente y que asociábamos con algo melancólico o triste. Tomé esa idea y pensé que estaría bien volver a ir a aquellos sitios de nuestro pasado que considerábamos bellos pero que nos producían tristezas, pero no por asociarlos a la pareja o parejas anteriores sino por cualquier otro motivo. Y que nos apeteciera volver, claro, de lo contrario la terapia se volvería una tortura.

Hice la lista mentalmente: cinco. Bien.

Pero había otros sitios que eran míos, que daba igual con quién fuese, solo los asociaba a experiencias propias, a mi alma: Oxford, Londres, Valencia, Barcelona, Venecia... Por un motivo u otro un trocito de mí habitaba en ellas ya para siempre.

Venecia, enero 2020

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