Y empecé por Italia... De Catania vi poco o nada y es algo que en algún punto del futuro tendré que solucionar y no solo porque sea la tierra natal de Battiato. En cualquier caso, esta ciudad fue para mí el punto de entrada a Sicilia y desde donde cogí el autobús a Taormina, al noroeste de la isla, donde estaría dos semanas.
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Taormina, plaza IX aprile, con la playa de Giardini Naxos y el volcán Etna al fondo |
Taormina. Preciosa, de difícil acceso, encantadora, cara, carismática, caótica, llena de turistas... pero también de momentos de calles desiertas (cualquier día entre semana a la hora del desayuno), y de zonas que quedan alejadas de las rutas establecidas.
Corso Umberto es la avenida que, desde Porta Messina, recorre la ciudad de punta a punta y, además, prácticamente la única más o menos recta. Es fácil desorientarse allí los primeros días ya que el resto de calles, callejuelas, pasajes y demás vías de todo tipo y tamaño se enmarañan y entremezclan con placitas, escaleras y recovecos en un desorden bellísimo.
Las fachadas son alegres, con tonalidades siena sobre todo pero también azules, malva o blancas. Y los balcones y salientes están adornados con plantas crasas colgantes y los tradicionales bustos sicilianos de cerámica.
Moverse en Taormina es fácil: a pie. Salir y entrar... eso ya es otra cosa. Arracimada sobre el mar, se llega a ella por una serpenteante carretera que es un infierno en verano. Por ella circulan todos los autobuses que, en su mayoría, salen de la pequeña estación a las afueras de la ciudad. Autobuses y también muchísimos coches que todavía me pregunto dónde se meten.
Pero da igual el tráfico o el caos... es encantadora y, desde ella, el mar se despliega ante ti.
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Taormina desde la iglesia Madonna della Rocca |
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