Unos días recorriendo la Costa da Morte gallega nos ha hecho descubrir y conocer una tierra tranquila, mágica, acogedora, de pueblos costeros, playas de arenas blancas y un mar y un viento bravos que rigen la rutina diaria.
El primer día, ya a poca tarde y después de recoger el
coche de alquiler y dejar atrás el aeropuerto, empezamos a recorrer el camino
que nos llevaría a Frixe, donde Casa Ceferinos nos esperaba. Google maps
indicaba que nos faltaba 1 hora para llegar, pero en un instante de despiste no
nos dimos cuenta de la salida que debíamos tomar y de repente el trayecto
aumentó 40 minutos más sin remedio. Unos minutos más tarde,
decidimos salir de la autovía y probar por otros caminos, con la suerte de que
aterrizamos en el pueblo de Ordes y descubrimos, en la Rúa do Recreo, un
sencillo, pequeño y auténtico horno tradicional donde compramos la mejor
empanada gallega (de bacalao) de nuestras vida y donde el amabilísimo señor
que la regentaba nos dio a probar un delicioso pan (enorme) con pasas por
dentro. Así que, pese a que nos habíamos impacientado un poco con la
equivocación en la autovía, entendimos que, gracias a ese contratiempo, pudimos llegar a Ordes y su horno de paredes blancas y suculentos
panes gallegos.
A media tarde llegamos a Casa Ceferinos
en Frixe, una casa rural en un entorno verde, agradable, extremadamente
tranquilo y con un trato familiar y amable. Sin duda, para volver y recomendar.
Después de instalarnos y hablar con Manuel, el dueño, emprendimos las primeras
horas en la Costa da Morte siguiendo sus indicaciones: Muxía.
Muxía nos acogió en silencio, con el mar
tranquilo envolviéndola. Mar, pesca, rocas, faros, secaderos de pescado sobre
las rocas… Pueblo, como otros de la Costa da Morte, sin un estilo definido,
donde cada casa es distinta de la de al lado, con su iglesia pequeña y
acogedora (y con el campanario separado del resto de la nave, en el caso de
Muxía) y monumentos que recuerdan la vida en el mar y a los que dejaron la vida
en él. Junto a un paseo
empedrado que recorre la línea de la costa, aparece casi de improvisto la
silueta del santuario Nosa Señora da Barca, junto al mar y prácticamente
construido sobre las rocas, sobrecoge al visitante. La cubierta y otras partes
de la estructura son nuevas, reconstruidas después de que un rayo alcanzase en
2013 el edificio y provocase un destructivo incendio.
Hay un silencio, un algo especial, mágico
casi místico en Muxía y en casi todos los rincones de la Costa da Morte. Una
sensación de conciencia del poder aplastante del mar que, en cambio, en
ocasiones parece una balsa inofensiva. Es como si la naturaleza fuese la que
dicta las normas: el mar, el viento, las olas, las rocas… Y el hombre es el que
se adapta a ellas. Y es que en realidad así es.
Gracias también a esa misma naturaleza
cenamos muy bien en un restaurante del paseo marítimo de Muxía, donde probamos
nuestro primer pulpo a feira, la ternera y unos mejillones buenísimos :)
Bravo, viajera...
ResponderEliminarEspero ir pronto por allí.
Gracias!!!!!
Gracias a ti :) Y yo espero que vayas pronto a Galicia... atrapa.
EliminarUn abrazo!!!