11 de enero de 2012

Viaje por el Canal du Midi (día 3)

Día de sol y pocas esclusas

Amanece y la luz del sol es tan fuerte a las ocho de la mañana que debes protegerte los ojos con las manos, a modo de visera. Las casas, los árboles y las calles están limpios y sus colores son brillantes gracias a la lluvia de la noche anterior.

Organizamos una nueva procesión a las duchas, nos vale la contraseña de ayer. Limpios y perfumados, con la energía del sol, desayunamos y nos ponemos de nuevo en camino. Un cisne nos despide a la salida de Castelnaudary. ¡Cada detalle es bellísimo!

La mañana resulta ser tranquila. Después de la actividad de ayer, las esclusas que nos encontramos hoy son escasas. Junto a una de ellas encontramos una poterie, una alfarería donde cuecen cerámica típica de la zona: jarras, cuencos para la cassoulet, macetas… Cargamos con lo que podemos, maravillados con la sencillez y belleza de cada objeto. Tras el botín, continuamos navegando.



El sol pica y las gorras son indispensables. Navegar por un canal con abundantes esclusas supone un mínimo de actividad y si encima hace calor típico de agosto, pues la cantidad de agua que pueden consumir 11 personas en un día crece considerablemente.

Hoy comemos en el restaurante “Relais de Riquet” en La Ségala. Tiene una terraza fuera, que está a tope, y un comedor interior, que está vacío. Nos acercamos hacia el chiringuito cuando falta media hora para cerrar (faltan veinte minutos para las dos de la tarde). El encargado sale y le decimos que querríamos una mesa para once, a lo que nos contesta que no es posible, ya que tiene la terraza llena, pero nos señala una mesa grande junto al canal… ¡pero al sol! Le decimos que ni pensarlo y le proponemos formar dos grupos y así nos separamos en una mesa de 5 y otra de 6 personas, pero a la sombra.
El señor refunfuña algo, parece que no tiene muchas ganas de más trabajo, supongo que por el calor. Lo cierto es que estamos sorprendidos y con hambre, así que le proponemos que nos instale en el salón. Por fin, después de refunfuñar otra vez y poner cara de “pero qué pesados que son estos turistas”, nos sentamos en una mesa para once. La comida no es excepcional pero los helados están de vicio. Ya en el barco, en marcha, nuestro amigo del Relais nos despide con la mano.
Por la tarde continuamos el viaje, también bastante tranquilos. Decidimos, al igual que con la tienda de alfarería, reservar la zona de Narouze para la vuelta. Mañana es ya el último día de ida (vamos dirección a Toulousse).
Navegamos hasta las siete de la tarde y paramos en Gardouch, un lugar muy agradable. Junto al canal y la esclusa se alinean unas casitas de colores, que recuerdan a las de los marineros de un pueblo de la costa.
Al otro lado del canal, campos de girasoles y… un pato blanco. Por lo visto, hemos parado el barco justo donde debe tener su casa o su lugar de descanso. La cuestión es que se tira toda la tarde-noche mirándonos fijamente, a unos dos metros de nosotros.

A unos 15 minutos está el pueblo, muy tranquilo y solitario, como todos los que nos encontramos. Localizamos una panadería con buena pinta para venir a por un cargamento de cruasáns a la mañana siguiente. Después de cenar en la terraza del barco quesos, patés, pan, fruta y galletas (bajo la penetrante mirada azulada de nuestro amigo el pato), nos vamos a dormir.

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