Día de sol y pocas esclusas
Organizamos una nueva procesión a las duchas, nos vale la contraseña de ayer. Limpios y perfumados, con la energía del sol, desayunamos y nos ponemos de nuevo en camino. Un cisne nos despide a la salida de Castelnaudary. ¡Cada detalle es bellísimo!
La mañana resulta ser tranquila. Después de la actividad de ayer, las esclusas que nos encontramos hoy son escasas. Junto a una de ellas encontramos una poterie, una alfarería donde cuecen cerámica típica de la zona: jarras, cuencos para la cassoulet, macetas… Cargamos con lo que podemos, maravillados con la sencillez y belleza de cada objeto. Tras el botín, continuamos navegando.
La mañana resulta ser tranquila. Después de la actividad de ayer, las esclusas que nos encontramos hoy son escasas. Junto a una de ellas encontramos una poterie, una alfarería donde cuecen cerámica típica de la zona: jarras, cuencos para la cassoulet, macetas… Cargamos con lo que podemos, maravillados con la sencillez y belleza de cada objeto. Tras el botín, continuamos navegando.
El sol pica y las gorras son indispensables. Navegar por un canal con abundantes esclusas supone un mínimo de actividad y si encima hace calor típico de agosto, pues la cantidad de agua que pueden consumir 11 personas en un día crece considerablemente.
Hoy comemos en el restaurante “Relais de Riquet” en La Ségala. Tiene una terraza fuera, que está a tope, y un comedor interior, que está vacío. Nos acercamos hacia el chiringuito cuando falta media hora para cerrar (faltan veinte minutos para las dos de la tarde). El encargado sale y le decimos que querríamos una mesa para once, a lo que nos contesta que no es posible, ya que tiene la terraza llena, pero nos señala una mesa grande junto al canal… ¡pero al sol! Le decimos que ni pensarlo y le proponemos formar dos grupos y así nos separamos en una mesa de 5 y otra de 6 personas, pero a la sombra.
Por la tarde continuamos el viaje, también bastante tranquilos. Decidimos, al igual que con la tienda de alfarería, reservar la zona de Narouze para la vuelta. Mañana es ya el último día de ida (vamos dirección a Toulousse).
Al otro lado del canal, campos de girasoles y… un pato blanco. Por lo visto, hemos parado el barco justo donde debe tener su casa o su lugar de descanso. La cuestión es que se tira toda la tarde-noche mirándonos fijamente, a unos dos metros de nosotros.
A unos 15 minutos está el pueblo, muy tranquilo y solitario, como todos los que nos encontramos. Localizamos una panadería con buena pinta para venir a por un cargamento de cruasáns a la mañana siguiente. Después de cenar en la terraza del barco quesos, patés, pan, fruta y galletas (bajo la penetrante mirada azulada de nuestro amigo el pato), nos vamos a dormir.
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