11 de enero de 2012

Bristol, Inglaterra.

El avión de Ryanair sale puntual de la terminal 2 del aeropuerto de Alicante, después de que los monitores nos hayan cambiado hasta en tres ocasiones la puerta de embarque. Son las diez y media de la mañana y hace buen tiempo, pero llevamos ropa de bastante más abrigo en las maletas. Las previsiones para los próximos días son buenas, sólo marca lluvias débiles en algún momento del fin de semana. Pero es Inglaterra, nunca se sabe en cuanto al tiempo.

Mirar desde la ventanilla del avión es, como siempre, impresionante. Conforme vamos hacia el norte aumenta la nubosidad y cuando sobrevolamos el norte de Francia las nubes se espesan y ya no vemos tierra. Sobre Inglaterra los nubarrones son increíbles, ¡cómo no! Empezamos a descender y me arrepiento profundamente de haber guardado la cámara de fotos en las profundidades de mi maleta. Creo que no he visto en mi vida semejante espesor de nubes, parecen algo compacto, sólido, y que el avión se vaya a posar sobre ellas. Pero no, las atravesamos y vemos, allá abajo, la idílica campiña inglesa, toda de cuadraditos verdes, delimitados por hileras de árboles y vegetación, salpicada de pueblecitos. Me sube una cosa por el estómago que hace que se me humedezcan los ojos y se me haga un nudo en la garganta. Una vez más pienso que en otra vida fui de allí, que viví en la tierra de Jane Austen.

Bajamos directamente del avión a suelo inglés. Frío, aire y lluvia fina. Mmmmmm, ¡me encanta! A buscar el taxi. En el aeropuerto de Bristol, y en muchos otros del Reino Unido, está la compañía de taxisChecker Cars. Es genial. Desde casa puedes consultar, vía chat en directo (así lo hice yo) o con un correo electrónico, lo que te va a costar el trayecto. Les dices la dirección a la que quieres ir y te dicen lo que vas a pagar al final del viaje. Así evitas sorpresa y timos. Nos costaba 19 libras ir del aeropuerto al hotel, así que no nos compensa para nada coger un autobús, ya que somos 4 personas y nos deja en la puerta.

A la una menos veinte del mediodía estamos en el hotel. Es el 24 Seven, una casa victoriana en el barrio de Southville, junto al río, una zona muy tranquila a 5 minutos del centro. Es un establecimiento self-service, es decir, tenemos un código por habitación que marcas para entrar y, a no ser que tengas algún problema, no acudes a recepción para nada. El hotel está genial, las habitaciones son grandes, extremadamente limpias, muy bonitas y cómodas. Lo hemos acertado. Hay una cocina para uso de los huéspedes que también está muy bien, aunque para nuestro gusto le faltan más sillas, ya que sólo hay una barra americana contra la pared con 2 taburetes. Pero aún así es genial.

Dejamos las maletas y nos vamos a comer al pub Imp 2, en la calle de detrás del hotel. También lo había mirado previamente desde casa. Bueno, empezamos con la comida inglesa, que no es ni amplia ni variada, excepto en postres, tartas y dulces. Todo lo acompañan de guisantes y zanahorias hervidos y cocinan con poca sal. Los cuatro estamos de acuerdo en que si a las verduritas les añadiesen un poquito de aceite, sal y unos trocitos de jamón, quedarían mucho más sabrosas, jeje.

Tras la comida, descansamos unos minutos en el hotel y nos vamos a ver Bristol. Cruzamos el río y llegamos a una zona con muchos pubs y sitios de ocio junto al puerto, una plaza amplia, con estatuas de bronce de bristolianos ilustres, entre ellos Cary Grant. No tenía ni idea de que el actor fuese de allí. Como buenos turistas nos hacemos una foto haciendo el indio con este señor, que resulta ser altísimo. También allí está el acuario, un observatorio astrológico y un centro de proyecciones en 3D.

A pocos minutos de allí está moderna zona está la catedral de Bristol. Junto a ella, una escuela de la que salen en ese momento los estudiantes. Por un momento creemos estar en una película de Harry Potter. El edificio, los niños con el uniforme, los árboles… La catedral es impresionante. Al final de un pasillo con unas vidrieras preciosas y junto a una habitación en la que sólo hay un piano de cola que no me resisto a tocar para mis amigos, está el jardín del cementerio de la catedral.Es romántico, pequeño, con muchas flores por todas partes y bancos donde sentarse en medio de una tranquilidad absoluta. Salimos de nuevo al exterior y frente a la catedral, después de una amplia zona verde con árboles, College Green, está el ayuntamiento.De allí nace Park Street, una de las calles principales de la ciudad, plagada de tiendas y pubs. Es empinada y con bastante tráfico, pero muy agradable. En la parte de arriba se ve un imponente edificio, la Universidad de Bristol, el Wills Memorial Buildingconcretamente, y, junto a ella, el museo de la ciudad y galería de arte. Torcemos a la izquierda por una calle perpendicular a Park Street, Berkeley Square, y llegamos a Brandon Hill, una de las muchas zonas verdes de Bristol. Árboles imponentes, estanques, ardillas y mucho verde. Caminamos hacia la zona norte buscando la empinada callejuela Christmas Steps, llena de antiguas tiendas. Estamos cansados y, ya de vuelta al hotel, entramos a un supermercado y compramos el desayuno. Cenamos fish & chips en el Imp 2 (de los peores que he probado) y nos vamos a dormir. Mañana recogeremos el coche de alquiler y nos iremos a Bath, ¡vamos a conducir por la izquierda!

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