11 de enero de 2012

Bath, Inglaterra.

Pasan pocos minutos de las ocho de la mañana y ya estamos en la calle, hace bastante fresquete pero hay claros, ¿será posible que veamos el sol? Caminamos hacia la oficina Hertz de Bristol, en Victor Street, pero he olvidado imprimir el plano desde el Google y no sabemos exactamente donde está. 

La referencia es la estación de trenes de Bristol, Temple Meads, que recuerdo que debe estar como a unos diez minutos de nuestro coche. Entramos a la estación buscando información turística, pero sólo encontramos una birria de mapa que no nos sirve de ninguna ayuda. Frente a la estación hay un hotel, así que entramos allí a preguntar. La chica es súper simpática e incluso nos imprime un mapita del Google para llegar aHertz. Pasadas las nueve llegamos, por fin, a la oficina. Tenemos la reserva hecha desde casa y en unos minutos tenemos nuestro flamante Opel Corsa gris (el modelo nuevo) frente a nosotros. Preparo la cámara de video porque este momento hay que inmortalizarlo: mi amigo Paco va a ser nuestro conductor por la izquierda. Gritos, aplausos y vivas cuando empezamos a rodar y nos cruzamos al primer coche. Los de la oficina de Hertz se ríen de nosotros, pero nos da igual, nos lo estamos pasando genial y llevamos seguro a todo riesgo. ¡A rodar!

Afortunadamente, nuestros amigos han cogido el GPS y los de la oficina también nos han explicado qué dirección tomar para llegar a Bath. Sin ninguna complicación salimos de la ciudad y tomamos la A4 en dirección a esa maravillosa ciudad. En menos de media hora estamos allí y empezamos a buscar aparcamiento. ¡El Victoria Park!, grito yo emocionada desde mi asiento. Estuve viviendo en Bath durante un mes cuando tenía 14 años y recuerdo como impresionante aquel lugar que, además, está en el centro. Encontramos una plaza libre junto a una de las entradas del parque, perfecto. Decidimos dejar este espacio verde para la tarde, cuando estemos de vuelta, así que caminamos hacia la zona del río y catedral. Bath es una elegante y bellísima ciudad inglesa que considero imprescindible en un viaje al sur del país, pese a que es un reclamo turístico y hay demasiada gente por las calles. Jane Austen vivió aquí durante unos años, entre 1801 y 1806, y como no podía ser de otra manera, también se saca tajada turística.

¿No he dicho todavía que sí, que tenemos un sol radiante allá arriba? Tenemos incluso calor, qué suerte! Llegamos a los
Parade Gardens, junto al río Avon y de espaldas a la catedral, que es inmensa y deslumbrante. Junto a ella, en una excesivamente concurrida plaza, los baños romanos, con más de 2.000 años de antigüedad y que dan nombre a la ciudad (bath es baño en inglés). Callejeamos un rato y, plano en mano, buscamos el río Avon en su zona sur, ya que por allí transcurre un paseo peatonal que tiene buena pinta. No nos equivocamos. De hecho, nos quedamos cortos. El río a su paso por la ciudad es una verdadera sucesión de postales: sauces llorones que descansan en la orilla, puentes de piedra, barcos que se deslizan por sus aguas, cisnes, casas maravillosas con jardines, árboles, flores… Belleza con mayúsculas. Mil fotos.



Llegamos a Bridge Street, un puente cuyo arquitecto se inspiró en el Ponte Veccio de Florencia (Italia), sobre el que hay tiendas, aunque en esta ocasión no son artesanos del oro, sino floristerías, tiendas de ropa, recuerdos y… una pastelería de infarto donde compramos la merienda. Regresamos a la plaza junto a la catedral, donde está el punto de información turística de la ciudad. Buscamos un sitio donde comer así que cogemos una guía gastronómica de Bath. 

Resulta que al girar la esquina hay un italiano con muy buena pinta. Después de comer subimos por Gay Street, una empinada y bonita calle donde está el centro Jane Austen, con tienda y Tea Room incluidas. No me puedo resistir a entrar, aunque sea a la tienda que está en la planta baja, y a hacerme una foto con un señor muy simpático de largas patillas que va vestido como lo hacían en la Inglaterra de principios del siglo XIX. Me quedo con las ganas de subir a visitar la casa y tomarme un té, pero mis compañeros de viajes me esperan sentados en un escalón en la calle y no es plan. Tengo la extraña certeza de que en el futuro viajaré por tercera vez allí y decido dejar la visita a la casa de Jane Austen para ese momento.


Continuamos subiendo la calle y llegamos a The Circus, una rotonda con impresionantes árboles en su centro y con edificios circulares. A 3 minutos de allí, nuestro destino: Royal Crescent y el comienzo delVictoria Park. MA-RA-VI-LLO-SO. Un precioso edificio en forma de semicírculo observa frente a sí una amplia extensión verde, donde la gente descansa tirada en la hierba, nosotros incluidos. El sol luce en lo alto y se está realmente bien. Es una verdadera joya aquel sitio y nos faltan adjetivos a todos para describirlo.


Tras el descanso nos adentramos en las profundidades del Victoria Park por la Royal Avenue y llegamos a la casita de Hansel y Gretel, que es como la hemos bautizado. Seguimos el paseo entre árboles y llegamos a una amplísima llanura verde. ¡Oh sorpresa! Varias furgonetas están descargando globos aerostáticos. Me acerco a uno de los chicos y le pregunto si es posible que volemos los cuatro esa tarde, pero no puede ser, se necesita reserva previa. De todas formas, el viaje de una hora cuesta entre 100 y 120 euros por persona… “Pero damos champagne cuando estáis arriba”, me dice el chico de la empresa. ¡Ups

Así que nos ‘conformaremos’ con ver cómo inflan aquello y cómo alza el vuelo. Es mejor que ir a un parque de atracciones, en serio. Llegamos a la conclusión de que no podemos pedir más ese día perfecto y, una hora más tarde, nos vamos hacia el coche. Los globos ya son sólo puntitos en el cielo.

De vuelta hacia Bristol paramos en un supermercado y compramos la cena de esa noche y el desayuno de mañana y, tras la compra, paramos en un pueblecillo a merendar nuestros trozos de bizcochos caseros adquiridos por la mañana. Buenísimos. Nos vamos al hotel a cenar y descansar. Mañana nos espera la campiña inglesa y sus pueblecitos.

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