Tras nuestra visita a Carcassone y después de media horita por autovía y de perdernos una vez (sin mayores consecuencias), llegamos a Bram. El casco urbano está separado del puerto por dos kilómetros, pero el paseo está muy bien arreglado, es planito y se hace agradable. Pero nosotros vamos en coche hasta el Canal, ya que vamos hasta arriba de equipaje y comida para la semana. Cuando por fin vemos las aguas verdosas del Canal du Midi se nos escapan unos gritillos de alegría. ¡Hace meses que esperamos este viaje!
Hablo de “puerto”, pero la base de Nicol’s en Bram es, en realidad, una casa con restaurante y media docena de barcos, como se puede ver en la foto. Punto. Aparcamos los coches junto al río y caminamos hacia la casa, que pide a gritos una mano de pintura y un par de arreglillos, pero que le da un toque decadente que no está del todo mal. Empezamos a mirar los barcos que hay allí amarrados y adivinamos cuál es el nuestro: ¡está muy nuevo! La entrada a la base de la empresa que nos alquila el barco está por la parte de atrás, cosa que descubrimos por pura intuición y a base de asomar la cabeza por varias puertas y no porque haya un cartel informativo ni nada que se le parezca.
Una puerta estrecha, un mini pasillo con dos neveras enormes con bebidas y, a la izquierda, otra puerta. Está abierta y tras ella está el mostrador de Nicol’s, una mesa con muchos folletos turísticos e informativos, una estantería con vinos y otros productos a la venta, otra nevera, otro mostrador con dos o tres barras de pan, un cuchillo cortador de pan y una panera, junto con una decena de alegres moscas que hacen que las baguettes parezcan pan con pasas. Dentro del mostrador de la empresa está una mujer rubia al teléfono y, junto a ella, una chica con un delantal. El mostrador de la empresa que nos ha alquilado el barco es también el mostrador-cocina del restaurante. Allí deben de haber como cinco millones de papeles, distribuidos en montones o en bandejas, y es sorprendente, porque por ahí deben de haber DNI fotocopiados, números de cuenta de clientes, resguardos de fianzas y un mogollón de dinero en alguna caja metálica de color verde. A los dos metros, la chica lava unas copas y calienta en el microondas no-se-qué. La sensación que nos dio fue, desde luego, de desorden y un poco de caos, pero incluso así tenía su encanto. En la imagen, en la oficina vista desde la ventana, mi padre prepara la documentación.
Tras colgar el teléfono, la mujer rubia toma los datos del DNI de algunos de nosotros y nos da una lista de todo lo que hay en el barco (vasos, paltos, cubiteras, sartenes, etc) y nos pide que revisemos que está todo y nos advierte: “¡Si por la noche os dais cuenta de que falta algo importante no podremos ir a llevarlo!”. Así que yo y mi tía Rocío nos ponemos manos a la obra a hacer inventario. Mientras, el resto de viajeros, acercan los coches hasta le batêau y empiezan a descargar y organizar. Todos estamos atareados. Sí que falta algo importante: sabanas y edredón para la cama del salón, así que vamos y las pedimos. Hay bastantes armarios y lugar de almacenaje y la nevera es grande, pero en un rato está todo ya a tope. Organizamos también los equipajes y quedamos a la espera de que venga el técnico de Nicol’s.
Mientras, investigamos. El barco está muy bien. Tiene 5 camarotes, 2 baños y el salón y mucho sitio fuera para estar y disfrutar del paisaje. Dedicaré un post a detallarlo todo bien y poner fotos del interior (yo no encontré ni una por Internet). Patrick, el técnico, pequeño, con cara de travieso y la cara sonrosada (me recuerda a Astérix), ha llegado. Nos va explicando todo: el funcionamiento de la batería, la nevera, la luz, las cadenas de los WC, el depósito del agua, cómo cargar todo cuando lleguemos a algún puerto y, por fin, el manejo del barco. Afortunadamente, mi padre está puesto en eso del francés y es él el interlocutor con nuestro hiperactivo técnico.
¡El motor arranca y aquello ruge! Navegamos un pequeño trecho para familiarizarnos con aquello y pasamos por debajo de un puente (más aplausos). Damos la vuelta y volvemos a la base. Patrick se queda allí y nuestro viaje comienza. El horario de las esclusas es de nueve a doce y de una a siete de la tarde, así que tenemos que darnos prisa porque son las seis y veinte y queremos pasar la primera esclusa antes de que la cierren.
La pasamos. Es la esclusa de Sauzens, a 1.290 metros de la de Bram. En cada una de ellas hay una placa metálica que te indica en qué esclusa estás y cuánta distancia hay entre la anterior y hasta la posterior. Cuando llegamos a la siguiente ya está cerrada, así que amarramos y nos vamos a dar una vuelta para aprovechar los últimos minutos de sol. El paisaje es precioso, mucho verde, el canal y un puente de piedra. Una postal muy romántica.
La noche se cierne sobre nosotros y nos quedamos a oscuras. ¡Allí no hay farolas! Yo debería haber llevado velas pero se me olvidó... Así que encendemos las luces del barco, que no pasa nada pero gasta batería y atrae a los mosquitos (hay un montón). Afortunadamente sí hemos comprado insecticida. En la terracita corre el airecito y nos obliga a ponernos las rebecas, pero se está muy bien.
La noche se cierne sobre nosotros y nos quedamos a oscuras. ¡Allí no hay farolas! Yo debería haber llevado velas pero se me olvidó... Así que encendemos las luces del barco, que no pasa nada pero gasta batería y atrae a los mosquitos (hay un montón). Afortunadamente sí hemos comprado insecticida. En la terracita corre el airecito y nos obliga a ponernos las rebecas, pero se está muy bien.
Qué nítidas se ven las estrellas en esa oscuridad.
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