8 de abril de 2016

Guernica, Aulesti y Lekeitio... En ruta.

Después de pasar diez días en Navidad en una autocaravana y casi morir en el intento por, sobre todo, una incorrecta planificación, quedé empachada de viajar. Mejor en casa, cerca del mar... Pero después de un trimestre de inmovilización... ¡de nuevo en ruta! 

Para romper el hielo, dos viejos amigos: San Sebastián y Barcelona, unidos por un vuelo de una hora en paralelo a los Pirineos. Después de tantos años de visitar estas ciudades y, sobre todo en el caso de Barcelona, callejear sin mapa ni rumbo sus calles y barrios, se podría pensar que las conozco del todo. Pero hay lugares, como algunas personas, que no se acaban nunca porque están en continuo cambio, expansión y reinvención incluso. ¡Y son muy grandes! :)

Con todo, y empiezo con el País Vasco, esta vez me apetecía salir fuera del área urbana de Donosti y conocer algo nuevo más allá de sus montes y pueblos más inmediatos. Y el camino nos llevó a Guernica, lugar de reunión de los pueblos de Vizkaya. Después de conducir una hora bajo lluvia torrencial, fue aparcar y dejar de llover... ¡biennnnn! La ciudad es pequeña, cómoda, verde y con muchas flores por todos sitios. Tiendas bonitas, cafeterías con encanto y, como en casi todo el País Vasco, unas panaderías de entrar y no parar (de comer). Las calles y las casas son preciosas y es muy agradable sencillamente pasear y observar.  






Desde la plaza Foru, donde están el ayuntamiento y el Museo de la Paz de Guernica, se accede por unas escalinatas a la iglesia de Santa María. Desde allí, se puede entrar al Parque de los pueblos de Europa, que tiene dos esculturas de Chillida y Henry Moore, esta última está lamentablemente llena de pintadas. A pocos pasos de distancia puede verse la reproducción del cuadro El bombardeo de Guernica de Picasso, hecho esta vez como un mosaico de azulejos. El original, que estuvo antes en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, se expone permanentemente desde 1992 en el Reina Sofía de Madrid.

Junto al parque de los pueblos de Europa, la Casa de Juntas, rodeada por un pequeño jardín donde vive el descendiente del primer árbol de Guernica. El edificio es sorprendente... Me gustó muy especialmente un vasto salón con una vidriera inmensa del árbol de Guernica. La luz pasa a través de los cristales de colores e inunda todo el salón, gracias a su reflejo, con cientos de tonalidades vivas. Es algo mágico.

La otra estancia importante es la sala de juntas en sí, el parlamento de Vizkaya, con referencias al árbol de Guernica por todas partes. Y esto tiene todo el sentido, ya que las reuniones ciudadanas iniciales se hicieron, precisamente, al aire libre bajo ese árbol. Hoy, esa sala acoge algunos actos puntuales como la toma de posesión del lehendakari del País Vasco.

Y en el jardín, verde, cómo no, y lleno de robles inmensos, está el joven árbol de Guernica, que tiene a día de hoy 16 años. Descendiente del primero, según nos explicaron en la Casa de las Juntas, sigue simbolizando la unión de los pueblos vascos y la resolución de cualquier conflicto mediante el diálogo.


Después de llenarnos de verde y de olor a lluvia durante toda la mañana, llegó la hora de comer. Las precisas recomendaciones de nuestro amigo Jordi nos llevaron hasta un pequeño pueblo casi escondido cercano a Guernica, Aulesti. Allí, al lado de la plaza del pueblo, comimos extraordinariamente bien en Zarrabenta, un restaurante poco o nada frecuentado por turistas y con una comida buenísima, de la de siempre y con mantel a cuadros. ¡Creo que el mejor jamón ibérico que he probado nos lo sirvieron allí! Recomendado todo, pero nosotros probamos el chuletón, los chipirones, el escalope y algunos postres caseros... todo rico, rico. ¡Hasta el café! 

La cocinera, en el rato ya de la sobremesa, salió a sentarse en una de las mesas vecinas a charlar con cuatro señores con chapela, que pidieron cava. Anna de Codorniu, por cierto ;) Un ambiente familiar y donde el tiempo parece haberse detenido. Para no perdérselo.

Vista de Aulesti (argiaoiz)


Con la llegada de la tarde se presentaron varias opciones, así que tocaba escoger según las circunstancias. En nuestro caso, la limitación era el tiempo ya que si visitábamos dos pueblecitos que nos había recomendado (de nuevo) Jordi llegaríamos realmente entrada la noche a Donosti. Así que improvisamos y decidimos hacer ruta hacia San Sebastián parando en aquellos sitios que la intuición nos marcase. Entre ráfagas de viento, lluvia y rayos del sol tuvimos la suerte de conocer nuevos paisajes, pueblos y personas. Concretamente, paseamos por Lekeitio, un pueblo pesquero lleno de encanto, olor a mar, calles empedradas y gente amable.




Ya cerca de San Sebastián, y con la noche casi encima, pasamos de largo Zarautz, Getaria y Deba. Pueblos preciosos ya explorados y que repetiremos en otra ocasión para ver qué vemos y aprendemos de nuevo. 

El Cantábrico, a esas horas ya oscuro, me sorprendió una vez más. Resulta hasta hipnotizante... Acostumbrada al sosiego del Mediterráneo, cuando veo las olas, remolinos y movimientos del mar del norte no puedo hacer otra cosa más que maravillarme ante su inestabilidad y fuerza. Ante sus rugidos.



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