Después de pasar diez días en Navidad en una autocaravana y casi
morir en el intento por, sobre todo, una incorrecta planificación, quedé
empachada de viajar. Mejor en casa, cerca del mar... Pero después de un
trimestre de inmovilización... ¡de nuevo en ruta!
Para romper el hielo, dos viejos amigos: San Sebastián y
Barcelona, unidos por un vuelo de una hora en paralelo a los Pirineos. Después
de tantos años de visitar estas ciudades y, sobre todo en el caso de Barcelona,
callejear sin mapa ni rumbo sus calles y barrios, se podría pensar que las
conozco del todo. Pero hay lugares, como algunas personas, que no se acaban
nunca porque están en continuo cambio, expansión y reinvención incluso. ¡Y son muy grandes! :)
Con todo, y empiezo con el País Vasco, esta vez me apetecía salir fuera
del área urbana de Donosti y conocer algo nuevo más allá de sus montes y pueblos más
inmediatos. Y el camino nos llevó a Guernica, lugar de reunión de los pueblos
de Vizkaya. Después de conducir una hora bajo lluvia torrencial, fue aparcar y
dejar de llover... ¡biennnnn! La ciudad es pequeña, cómoda, verde y con muchas
flores por todos sitios. Tiendas bonitas, cafeterías con encanto y, como en
casi todo el País Vasco, unas panaderías de entrar y no parar (de comer). Las
calles y las casas son preciosas y es muy agradable sencillamente pasear y
observar.
Desde la plaza Foru, donde están el ayuntamiento y el Museo de la Paz de Guernica, se accede por unas escalinatas a la iglesia de Santa María. Desde allí, se puede entrar al Parque de los pueblos de Europa, que tiene dos esculturas de Chillida y Henry Moore, esta última está lamentablemente llena de pintadas. A pocos pasos de distancia puede verse la reproducción del cuadro El bombardeo de Guernica de Picasso, hecho esta vez como un mosaico de azulejos. El original, que estuvo antes en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, se expone permanentemente desde 1992 en el Reina Sofía de Madrid.
Junto al parque de los pueblos de Europa, la Casa de Juntas, rodeada por un pequeño jardín donde vive el
descendiente del primer árbol de Guernica. El edificio es sorprendente... Me
gustó muy especialmente un vasto salón con una vidriera inmensa del árbol de
Guernica. La luz pasa a través de los cristales de colores e inunda todo el
salón, gracias a su reflejo, con cientos de tonalidades vivas. Es algo mágico.
La otra estancia importante es la sala de juntas en sí, el parlamento de Vizkaya, con referencias al árbol de Guernica por todas partes. Y esto tiene todo el sentido, ya que las reuniones ciudadanas iniciales se hicieron, precisamente, al aire libre bajo ese árbol. Hoy, esa sala acoge algunos actos puntuales como la toma de posesión del lehendakari del País Vasco.
Y en el jardín, verde, cómo no, y lleno de robles inmensos, está
el joven árbol de Guernica, que tiene a día de hoy 16 años. Descendiente del
primero, según nos explicaron en la Casa de las Juntas, sigue simbolizando la
unión de los pueblos vascos y la resolución de cualquier conflicto mediante el
diálogo.
Después de
llenarnos de verde y de olor a lluvia durante toda la mañana, llegó la hora de
comer. Las precisas recomendaciones de nuestro amigo Jordi nos llevaron hasta
un pequeño pueblo casi escondido cercano a Guernica, Aulesti. Allí, al lado de
la plaza del pueblo, comimos extraordinariamente bien en Zarrabenta, un
restaurante poco o nada frecuentado por turistas y con una comida buenísima, de
la de siempre y con mantel a cuadros. ¡Creo que el mejor jamón ibérico que he
probado nos lo sirvieron allí! Recomendado todo, pero nosotros probamos el
chuletón, los chipirones, el escalope y algunos postres caseros... todo rico,
rico. ¡Hasta el café!
La cocinera, en el rato ya de la sobremesa, salió a
sentarse en una de las mesas vecinas a charlar con cuatro señores con chapela,
que pidieron cava. Anna de Codorniu, por cierto ;) Un ambiente familiar y donde
el tiempo parece haberse detenido. Para no perdérselo.
Vista de Aulesti (argiaoiz) |
Con la llegada de
la tarde se presentaron varias opciones, así que tocaba escoger según las
circunstancias. En nuestro caso, la limitación era el tiempo ya que si
visitábamos dos pueblecitos que nos había recomendado (de nuevo) Jordi llegaríamos
realmente entrada la noche a Donosti. Así que improvisamos y decidimos hacer
ruta hacia San Sebastián parando en aquellos sitios que la intuición nos
marcase. Entre ráfagas de viento, lluvia y rayos del sol tuvimos la suerte de
conocer nuevos paisajes, pueblos y personas. Concretamente, paseamos por
Lekeitio, un pueblo pesquero lleno de encanto, olor a mar, calles empedradas y
gente amable.
Ya cerca de San
Sebastián, y con la noche casi encima, pasamos de largo Zarautz, Getaria y
Deba. Pueblos preciosos ya explorados y que repetiremos en otra ocasión para
ver qué vemos y aprendemos de nuevo.
El Cantábrico, a
esas horas ya oscuro, me sorprendió una vez más. Resulta hasta hipnotizante...
Acostumbrada al sosiego del Mediterráneo, cuando veo las olas, remolinos y
movimientos del mar del norte no puedo hacer otra cosa más que maravillarme
ante su inestabilidad y fuerza. Ante sus rugidos.
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